Lo primero que sentí en aquel momento, fueron tus manos, acariciándome lentamente cada parte de mi cuerpo. Jamás había sentido algo así, y tu tampoco. Me acariciabas como si me fuera a romper, como si fuera un frágil cristal. Pero eso no duró mucho. Pronto tus manos se volvieron seguras, y al mismo tiempo seguían siendo igual de tiernas, a pesar de que tus besos ya no eran tan tiernos, sino llenos de pasión y deseo.
Sólo tu consigues que sienta lo que siento, porque no es lo que hacemos, es con quien lo hacemos, y tú eres mi amor.